lunes, 27 de mayo de 2013

A.D.A.N. Car (cuento)












A.D.A.N. Car
Capítulo 1
ABS, ESP, AWD, ASR, BAS, VTEC, EFI, ERM... lo tenía todo. Más que un coche era un abecedario, un sinfín de siglas que nadie sabía en realidad lo que querían decir, pero que aumen­taban su categoría.
Pero eso no era lo verdaderamente impo­rtante, porque todo eso ya eran innovaciones del pasado, casi obli­gadas en cualquier vehículo moderno.
La ciencia y la tecnología habían avan­zado enormemente en los últimos años, hasta poder crear un sistema que permitiera a un coche poder circular solo, sin conductor, con plenas garan­tías de eficacia y seguridad.
Realmente, ése era el futuro del auto­móvil, todo lo demás sería cosa del pasado.
A ese sistema lo habían bautizado como A.D.A.N., que eran las siglas en inglés de ”CONDUCCIÓN AUTÓNOMA de NAVEGACIÓN AUTOMÁTICA”, (“AUTONOMOUS DRIVING of AUTO­MATIC NAVIGATION”).
Él era el primer prototipo fabricado con este sistema. Era un sistema realmente inteligente, por medio del cual todas las funciones que antes eran activadas por una persona, ahora se pondrían en funciona­miento automáti­ca­mente según las necesidades de la conduc­ción.
Aunque la verdadera innovación de este sistema era la autonomía de deci­sión que le otorgaba: el coche podía decidir por qué carril circular, en qué dire­cción ir y qué desvío tomar. Todo ello era posible gracias a las cámaras y sensores que leían e interpretaban la información de las carreteras, de las señales de tráfico, de los carteles de las autopistas...
Todo era procesado por el avanzadí­simo ordenador de abordo que tomaba miles de decisiones por segundo y transmitía la información a la dirección, al motor y a todos los sistemas electró­nicos y mecánicos del vehículo.
De esta manera, el sistema A.D.A.N. se convertía en un verdadero cerebro para el coche, que hacía innecesario tener que ser dirigido por un conductor.
Pero todo este sistema estaba incom­pleto sin una verdadera autonomía energética.
Y ahí es donde su inventor había dado el “do de pecho”. Había recubierto toda la superficie exterior del coche con una nueva y revolucionaria pintura foto­voltaica, que absorbía la luz del sol (incluso en días nublados) y la transfor­maba en electricidad. El motor del coche era una obra de ingeniería total­mente innovadora que se alimentaba de esta energía solar en forma de electricidad y, a su vez, aprovechaba la energía cinética cuando el coche estaba en movimiento, de tal manera que su marcha potenciaba todavía más su energía.
Nunca nadie anteriormente había realizado algo tecnológicamente tan perfecto. Y es que ¿podría haber sido rentable alguna vez un automóvil que no necesitara repostar, que se mantu­viera por si mismo?
Realmente era un hito en la historia.
Pero, como con todos los inventos, faltaba algo fundamental y era poner toda esa inventiva y tecnología a prueba y comprobar si realmente funcio­naba.
Y esa prueba no se hizo esperar. A.D.A.N. Car, como así lo habían bauti­zado, iba a ser puesto en marcha por primera vez. Su creador pulsó el botón de encendido y todo el sistema comenzó a funcionar como un reloj perfectamente ajustado.
A.D.A.N. Car despertó por primera vez, hizo un chequeo de sus sistemas, revo­lucionó su motor en punto muerto y se sintió vivo. 
La energía del sol llegaba a cada centímetro de su carrocería, inundán­dolo de un cosquilleo eléctrico que llegaba hasta el centro de su sistema energético. Sintió su dirección, su sistema de frenos, sus neumáticos, sus luces... Y sintió todo su entorno a través de sus múltiples sensores: sintió la posición del sol, la temperatura y humedad del aire, la temperatura del asfalto... Y sintió sobre todo unas ganas enormes de empezar a rodar...
Enfocó el rostro de su creador con una de sus cámaras y, al ver como éste hacía un gesto de aprobación, aceleró.
  
Capítulo 2
Había nacido para ello, para rodar por las carreteras dejando tras de si kiló­metros y kilómetros, tomar las curvas con una trazada perfecta, ir por las rectas sin desviarse un solo centímetro.
Sentía que nada podía fallar, que todo estaba bajo control.
Todo funcionaba al milímetro, no había errores, no había dudas. Realmente había sido creado para ser perfecto, como ningún otro coche lo había sido nunca.
A cada kilómetro su energía se iba recar­gando, su ordenador se iba imple­mentando con todos los datos que le llegaban, de manera que cada vez se hacía más y más inteligente. Cada vez se sentía más poderoso, se veía capaz de ir más y más lejos.
Los días daban paso a las noches y la energía acumulada durante todo el día le permitía seguir circulando sin problemas en plena oscuridad.
Dejaba atrás las gasolineras y los coches que repostaban en ellas con una sensación de orgullo y superio­ridad.
Pasó por montañas, llanuras, autovías, carreteras, desvíos, ciudades, pueblos, a toda velocidad.
Toda distancia se le quedaba corta, todo recorrido se le hacía pequeño, quería cada vez más y más.
Y así fue como fue atravesando fronteras, países, como rodó por carre­teras que bordeaban el mar, como subió a las más altas montañas, notando en ocasiones bajo sus neumá­ticos la fría y resbaladiza nieve, como conoció ardientes llanuras, verdes campos, frondosos bosques, cruzó puentes de mil metros de altura. Tuvo que adaptarse a las normas de circula­ción de cada país por el que pasaba, cambiando de velocidad límite, adap­tándose a circular por la izquierda en algunos de ellos... Nada le suponía un problema, su ordenador aprendía y asimilaba todos los datos, aumentando más y más sus conocimientos y su capa­cidad de respuesta en cada situa­ción.
Sentía que su cuentakilómetros no tenía límites, su único deseo era ir cada vez más lejos, recorrer todo el planeta, no dejarse ni una sola carretera sin pisar.
El mundo era suyo, era para una nueva estirpe de vehículos, de la que él, A.D.A.N., era el primero.
No necesitaba de nada ni de nadie, era autosuficiente, nada lo podría parar; no tenía límites ni jamás los tendría.
O, por lo menos, eso creía él...

Capítulo 3


“Túnel Intercontinental”, indicaba el cartel de la autopista. Era algo nuevo, nunca había circulado por un túnel bajo el mar que unía dos continentes.
Puso el intermitente y cogió con deci­sión el desvío que llevaba hacia él.
Estaba emocionado, iba a viajar a un nuevo continente, separado por el mar, y lo haría por sus propios medios, sin tener que coger un ferry ni nada pare­cido.
El túnel era de reciente construcción, con un diseño amplio y moderno, perfec­tamente iluminado, con todo tipo de medidas de seguridad, conexiones wifi, satélite, etc.
Había que reconocer que viajar por un túnel de cientos de kilómetros, ente­rrado bajo el mar, podía llegar a ago­biar a cualquier conductor. Pero él no dependía de ninguna persona y no conocía esas debilidades humanas llamadas miedo, angustia o claustro­fobia. Estaba por encima de todas ellas.
Eso sí, resultaba bastante monótono, incluso para él. Todos los kilómetros le parecían iguales.
"359 kms. para la Salida", indicaba un cartel.
Entonces sintió una leve desacelera­ción en la marcha. Chequeó todo el sistema energético al instante: "45% de energía remanente". Bueno, era lógico, llevaba rodando más de 700 kms. sin recibir un solo rayo de sol y la energía acumulada se iba resintiendo. "Opti­mizar marcha para ahorro de energía", fue la orden que transmitió A.D.A.N. a todos los circuitos. La velocidad de crucero se redujo a 90 km/h.
"Esto será suficiente para alcanzar la salida", calculó.
"235 kms. para la Salida". Notó un nuevo bajón de energía. Esta vez no sólo lo notó en el ritmo de la marcha, también sintió como si perdiera cierta capacidad de decisión, como si la falta de energía empezase también a afec­tarle a nivel informático. "Optimizar nuevamente marcha para ahorro de energía", fue lo único que supo ordenar y redujo la velocidad a 70 km/h.
Por primera vez, comenzó a dudar de sus posibilidades de alcanzar la salida y volver a recargarse con el sol.
Ya sólo rodaba con un 25% de energía y, al circular cada vez más despacio, prácticamente ya casi no recargaba por medio de la energía cinética.
Sus decisiones ya no eran tan firmes como siempre lo habían sido, ya no sentía el control total de la situación, la seguridad y la autosuficiencia que siempre le habían caracterizado, desde el primer encendido. Empezaba a dar bandazos, ya no seguía una trazada perfecta. Los coches le adelantaban y pitaban sin parar.
"95 kms. para la Salida".
"Venga, venga… no puedo quedarme tirado en un maldito túnel, no puede ser… ¡Quien me mandaría meterme aquí!"
"55 kms. ..." A.D.A.N. perdía energía y control a cada kilómetro. Iba casi parado, sin luces, rebotando sin cesar contra el guardarraíles. Sus cámaras y sensores ya no alcanzaban a percibir las señales, carteles, líneas de carriles; ya casi le era indiferente el atasco y caos que estaba formando tras de si.
"35 kms. para la Salida"...
A.D.A.N. Car detuvo definitivamente su marcha.
Su sistema se estaba agotando definiti­vamente, exhausto completamente de energía, de vida.
No fue capaz ni de encender las luces de emergencia.
Antes de apagarse del todo, su sistema de comunicaciones exhaló un agónico S.O.S.
Y todo se hizo oscuridad.

Capítulo 4


"Vuelve a mí, A.D.A.N. ___ Vuelve a mí, A.D.A.N. ___ Vuelve a mí...”
Esa frase, esa voz resonando en su sistema, le hizo despertar.
En la pantalla de su ordenador apare­ció el mensaje "Batería de emergencia conectada. Autonomía límite 50 kms."
El sistema volvió a funcionar, se encen­dieron las luces y todas las funciones se activaron.
Aquella voz que le había reanimado... Aquella era la voz de su creador, reso­nando profundamente en su interior: "Vuelve a mí...”
Encendió su motor, puso el intermitente izquierdo y aceleró con decisión.
Sus cámaras, sus sensores, sólo fijaban la atención en el frente, buscando la salida del túnel, de la oscu­ridad, buscando el camino más directo hacia la anhelada luz del sol.
Después de tantos kilómetros en aquel túnel bajo el mar, después de tanta oscu­ridad y de haber sentido que su vida tocaba a su fin, empezó a vislumbrar un pequeño destello al fondo. Un destello que cada vez se iba haciendo más grande y brillante.
Sentía unas ganas irrefrenables de correr hacia él más y más deprisa, aunque estuviera hecho para respetar las normas de velocidad.
Por fin atravesó la salida y una luz resplandeciente casi le cegó, pero pronto adaptó sus cámaras y pudo ver el resplandeciente sol en lo alto del cielo. Un cálido cosquilleo eléctrico volvió a recorrer toda su carrocería y notó como la energía penetraba en su interior.
Y sintió como sus neumáticos volvían a calentarse con el soleado asfalto. Y sintió como su dirección volvía a trazar las curvas con un perfecto dibujo.
"Bueno, aunque parezca increíble, aquí estoy, en un nuevo continente. Vamos a conocerlo."
Pero algo le hacía recordar aquellas palabras que oyó al despertar: "Vuelve a mí..." No podía borrarlas de su memoria. No podía desoír esa llamada, esa petición que le había revivido.
Sin saber porqué, buscó en su nave­gador el puerto más cercano y tomó el primer desvío que encontró hacia él.
Allí había atracado un ferry, preparado para hacer el trayecto de vuelta al otro continente.
Subió a él y aparcó en un lugar privile­giado de la cubierta de proa.
"No volveré a perder de vista la luz del sol" pensó.

Capítulo 5


La brisa del mar acariciaba su parabrisas, la luz del sol relucía en su pintura, sentía como se cargaba cada vez más de energía.
El sol anaranjado se ocultó tras un mar cobrizo. Las estrellas relucían más que nunca.
A.D.A.N. descansó y se dejó llevar por el barco, meciéndose con las olas.
El amarillo sol de un nuevo día despertó sus sensores lumínicos.
Nunca había sentido tanta luz como aquel amanecer en el mar. Se sentía rebosante de una fresca y luminosa energía.
"En 30 minutos aproximados llega­remos a puerto", sonó por los alta­voces.
Al llegar dejó que bajaran el resto de coches antes que él. No tenía prisa, tenía claro hacia dónde ir y nada le apartaría de su camino.
Atravesó de nuevo puentes, valles y montañas; los kilómetros pasaban tranquilamente, sin prisa pero sin pausa. Esta vez no quería coger desvíos, su camino era directo, sin dudas.
Pasó una noche rodando sin paradas, a un ritmo uniforme. Llegó un nuevo día. Su navegador le decía que ya faltaba poco, además lo sentía en sus circuitos, sentía que ya estaba cerca de casa.
Por fin había llegado, las puertas se abrieron automáticamente y cruzó por debajo del cartel de "A.D.A.N. Car Enter­prise".
Se dirigió hacia su plaza de aparca­miento y allí vio a alguien esperando. Era su creador.
"Bienvenido A.D.A.N. Te estaba espe­rando."
"¿Cómo sabía que iba a volver?", pensó para si.
"Menudo viaje has hecho ¿eh? Pero estaba seguro de que volverías."
Y, tranquila y cariñosamente, como si de un hijo se tratase, continuó expli­cándole: "A.D.A.N. tu función principal era saber regresar a casa en caso de robo o pérdida y en eso consistía la prueba para la que te puse en marcha. Pero tú decidiste darte unas vueltas por tu cuenta y conocer mundo ¿verdad? Bueno, ¿qué tal te ha sentado la libertad?"
A.D.A.N. escuchaba, entre confundido y avergonzado.
"Cuando el satélite perdió tu señal en el túnel intercontinental, confieso que me preocupé un poco. Pero para esos casos te había instalado una batería de emergencia, aunque eso tú no lo sabías. Dime, ¿has aprendido algo de esta aventura? Anda, ábreme la puerta y déjame sentar..."
Y así lo hizo.
Una vez dentro siguió explicándole:
"A.D.A.N. ¿por qué crees que tienes volante? Yo te creé para que fueras conducido por mí, para que me llevaras en tu interior ¿Qué sentido tiene que circules tú solo, sin nadie que te conduzca, con un habitáculo vacío, dando vueltas y más vueltas por el mundo, sin un destino y sin un porqué? ¿Qué sentido tiene un coche, por muy avanzado e inteligente que sea, si no es el de llevar a las personas de un sitio a otro?"
A.D.A.N. permanecía inmóvil, en silencio.
"Ahora vas a tener tu primera verdadera experiencia de conducción. Desactiva el modo de conducción autónoma, ahora yo tomo los mandos..."
Y puso suave pero firmemente sus manos sobre el volante. A.D.A.N. Car sintió una sensación cálida y familiar, como nunca había sentido antes; se sintió seguro.
"Adelante, vamos a divertirnos..." Y piloto y coche emprendieron la marcha.
A.D.A.N. Car se dejaba llevar por la pericia y habilidad de su conductor, respondiendo al segundo a lo que él le pedía, con una absoluta fe en sus maniobras.
Realmente era un descanso dejarse conducir, limitarse a transmitir al asfalto de manera fiable cada decisión de su amo. Se sentía pleno al poder realizar aquello para lo que había sido creado, se sentía en paz. Sabía que su creador siempre le conduciría a buen lugar, porque ahora ambos tenían un mismo destino, un mismo porqué.

FIN


Juan Ramón Díaz Ruiz.