EL DIBUJANTE DE ESENCIAS
1.- TODOS OPINAN
Hasta donde llegaba su memoria, recordaba su afición por el
dibujo. Era una habilidad innata, nunca había recibido clases. Se podía decir
que era un autodidacta.
Ya desde pequeño, cada vez que Darío se ponía a dibujar,
todo su ser se concentraba en su mano y en sus ojos, como si nada más
existiera, ni siquiera su mente.
Llegada la adolescencia, un buen día pensó que podía ganarse
la vida haciendo retratos en la calle. Retratar las caras de las personas era
difícil, es cierto; pero por otro lado le parecía un trabajo libre: podría
hacerlo sin horarios, sin jefes a los que obedecer, sólo él sería su propio
jefe.
Sí, definitivamente tenía que intentarlo. Una tarde de
verano se armó de valor (siempre había sido más bien tímido), cogió su
caballete, su cuaderno, sus lápices y un par de pequeños taburetes plegables y
se fue a la calle. Se dirigió a la parte más turística de la ciudad y dio un
par de vueltas hasta encontrar un sitio donde colocarse.
Eligió el soportal de una antigua plaza, un lugar concurrido
pero relativamente tranquilo. Colocó sus útiles de trabajo, desplegó en el
suelo cuatro trabajos, ejemplos de su habilidad como dibujante, y se dispuso a
esperar a su primer cliente, disimulando una tranquilidad que no tenía.
La gente pasaba, miraba sus dibujos y se iba. Parecía que
nadie iba a pararse. Cuando ya estaba pensando en volverse a casa, se acercó
una pareja de jóvenes.
- “Venga, anímate”, le decía ella.
- “No me apetece estarme ahí sentado una hora”, respondió
él.
- “Anda, hazlo por mí”, insistió ella, con un tono de voz
casi irresistible.
-“¿Cuánto cuesta?”, preguntó el chico a Darío.
-“Treinta euros en color, veinte en blanco y negro”,
contestó él.
- “Venga, en blanco y negro, y sácame guapo”, respondió el
chico sentándose en el taburete.
Darío no sabía por dónde empezar. Nunca se había visto en la
situación de tener que ponerse a dibujar fuera de la intimidad de su casa, y
encima con el apremio del tiempo.
Comenzó por los ojos que, junto con la boca, son seguramente
lo que más representa la expresión de una persona y lo más difícil de dibujar.
Empezó a abocetar calculando las distancias y proporciones de la angulosa cara
del chico.
Poco a poco, las facciones principales iban tomando forma.
La gente que pasaba por allí se detenía, curiosa, detrás de él, para comprobar
el parecido. Era una situación incómoda, pero no le quedaba más remedio que
acostumbrarse.
Cada uno que se paraba cuchicheaba algún comentario: “está
bien, pero la nariz es más grande”, “no está mal, aunque tiene los ojos más
separados”, “la boca está pequeña”, “está un poco vizco, ¿no?”, “vaya pedazo de
frente le ha puesto”, “las cejas son más gruesas”, “la barbilla es más larga”…
- “¿Pero es que no me van a dejar trabajar en paz?”, pensaba
Darío, incómodo ante los continuos comentarios de la gente.
Sin embargo no podía evitar tenerlos en cuenta. Al fin y al
cabo él sabía que a veces los otros ven, desde un punto de vista más objetivo,
los errores de apreciación que tú cometes.
Esmerándose en corregir de alguna manera esos “errores”, fue
terminando el retrato. Podría haber seguido retocando y corrigiendo, pero el
modelo estaba mirando el reloj con cara de impaciencia y decidió ponerle fin.
- “No ha quedado mal”, pensó. “Menos mal que corregí esos
detalles que comentaba la gente, si no no se le habría parecido tanto”.
- “Ya está”, le dijo Darío, con una mezcla entre orgullo y
nerviosismo, y le entregó el dibujo, esperando su reacción.
- “Está muy bien”, dijo el chico, con un rostro que no
denotaba demasiada emoción.
La chica sonreía. El pagó los veinte euros, cogió el dibujo
y se levantó.
Mientras se alejaban, Darío oyó como la chica le decía en
voz baja: “está bien dibujado, pero no eres tú”.
¿Cómo que no era él?, pensó Darío. Pero si estaba clavado.
Además, entre su capacidad para copiar un rostro y las pequeñas correcciones
que había hecho al oír a la gente, no podía estar mal.
“Bueno, por hoy es suficiente”, se dijo, mientras recogía
sus cosas y se ponía en marcha hacia su casa.
Por el camino, no podía quitarse de la cabeza el comentario
de ella. No podía entender porqué le había dicho que no era él, ¿quién iba a
ser sino? ¿es que no se le parecía?
Pensó en la cantidad de opiniones que había oído mientras
hacía el dibujo. Todo el mundo opinaba, sacaba algún pequeño defecto.
“Cuando pinto tranquilamente en casa, sin nadie que me diga
nada, siempre me sale bien. Es posible que al intentar corregir todo lo que
comentaban me haya pasado en los retoques y, sin darme cuenta, haya estropeado
el dibujo”, pensó.
“La próxima vez que dibuje un retrato, no haré caso de los
comentarios de la gente”, determinó, mientras metía la llave en la cerradura de
su casa.
2. DESEO DE AGRADAR
Al día siguiente, Darío regresó al mismo lugar donde se
había colocado la tarde anterior, convencido de que esta vez no se dejaría
influir por ningún comentario de la gente. Lo único que quería es que sus
clientes se fueran lo más satisfechos posible, y si alababan su trabajo, mejor.
Esta vez fue una familia la que se interesó por su trabajo.
Los dos hijos, chico y chica, animaban a su madre a sentarse delante del
dibujante.
- No me gustan los retratos, nunca salgo bien” dijo ella.
- “Venga, mujer. Seguro que te saca guapísima”, la animó su
marido.
Por fin ella accedió a sentarse, y los chicos y el padre se
arremolinaron detrás de Darío con curiosidad.
El rostro de la mujer era bello y natural. Estaba en esa
etapa donde la edad, lejos de estropear su rostro, lo hacía más interesante.
“Con las mujeres siempre pasa igual, se ven a sí mismas
menos atractivas de lo que son. O sea que perfeccionaré un poco sus rasgos,
disimularé las arrugas y eliminaré las pequeñas imperfecciones para que se vea
más guapa y quede totalmente satisfecha”, resolvió Darío.
Esta vez le había pedido el retrato en color, lo cual le
permitía acentuar el tono de su piel, de sus ojos y labios, de su cabello…
Estaba resuelto a hacer un trabajo fabuloso.
El retrato iba tomando forma poco a poco y, en cada parte
que dibujaba del rostro de la mujer, intentaba mejorar un poco sobre lo que
veían sus ojos.
Esta vez no oyó (o no quiso oír) los comentarios a su
alrededor. Sólo pensaba en agradar a su modelo.
Cuando terminó, no podía contener su satisfacción. La buena
base del agradable rostro de la mujer le había servido para realizar un retrato
de gran belleza.
-“Aquí lo tiene, espero que le guste”, dijo Darío,
entregándoselo a ella.
Después de observarlo unos segundos, le dijo la mujer, “es
precioso, muchas gracias”.
- “Impresionante, no sabía que tuviera una mujer modelo”,
opinó su marido.
- “Pareces de un anuncio de cosméticos”, dijo la hija.
- “Mamá, estás clavada a la Barbie con unos cuantos añitos
de más, lo único malo es que papá no es precisamente Ken”, dijo el hijo,
echándose a reír.
- “No les hagas ni caso”, dijo la mujer a Darío, “Está
fenomenal, ya verás cuando lo vean mis amigas”.
Y sin parar de hacer comentarios jocosos, se fue alejando la
familia.
Darío no podía evitar estar molesto con los comentarios de
los chicos, “no tienen ni idea, pero me da igual, lo único que me importa es
que a ella le ha gustado”.
Había terminado otra tarde de trabajo y, mientras regresaba
a su casa, intentaba convencerse a sí mismo de que había hecho un gran trabajo
aunque, en el fondo, no podía evitar que le volvieran una y otra vez a la
cabeza esos comentarios que tan mal le habían sentado, “tengo una mujer modelo,
pareces sacada de un anuncio, pareces una Barbie…”
Poco a poco fue mezclando esos pensamientos negativos con la
frase que había oído el día anterior, “no eres tú”.
¿Qué estaba pasando?¿Porqué todos decían que no veían en sus
dibujos a la persona retratada? Darío estaba convencido de que era muy bueno
copiando lo que veían sus ojos pero, ¿y si acaso no era así? ¿y si no era tan
bueno como él pensaba? Puede que realmente fuera un dibujante mediocre,
bastante menos bueno de lo que creía.
Sus pensamientos le estaban llevando poco a poco hacia un
lugar oscuro, donde ya no veía nada de lo bueno que creía tener.
A quien hacer caso, ¿a todos? ¿a nadie? Estaba real mente
confuso.
Entró en el salón de su casa, dejó caer las cosas y se tiró
en el sofá. No tenía ganas de cenar.
“No volveré a retratar a nadie hasta que descubra si
realmente valgo para esto o no”.
3.- EL AUTORRETRATO
Al día siguiente por la mañana recordó una vieja carpeta
olvidada en el trastero, donde guardaba todos sus dibujos. Corrió a buscarla y
cuando la abrió, le vinieron a la mente un sinfín de recuerdos y sensaciones.
Allí dormían dibujos que ni recordaba, de hacía muchos años,
de cuando era un chaval. Era una carpeta que veía de muy tarde en tarde, pues
no le gustaba vivir en el pasado. Pero siempre que la había abierto después de
un tiempo, recordaba tener el mismo pensamiento que estaba teniendo ahora. Se
olvidaba por un momento de la modestia que lo caracterizaba y se decía a sí
mismo: “realmente soy bueno”.
Este pensamiento chocaba con el pesimismo con el que había
vuelto el día anterior a casa. Tenía que salir de dudas, tenía que hacerse una
especie de examen a sí mismo para comprobar de una vez por todas si de verdad
seguía siendo un buen dibujante o por el contrario había perdido facultades.
Sin embargo, no estaba dispuesto a ofrecerse a retratar a nadie hasta que
estuviera seguro.
Y la única manera que había de hacer esa prueba era
colocarse delante de un espejo y hacerse un autorretrato. A fin de cuentas
quién mejor que él para juzgarse a sí mismo. No podía esperar más, tenía que
empezar en ese mismo momento, y resolver todas las dudas que daban vueltas en
su cabeza.
“Lo bueno del autorretrato es que, ni tengo que oír las
opiniones de los demás, ni tengo que satisfacerme a mí mismo sacándome más
guapo de lo que soy”, pensó.
Darío estaba dispuesto a dedicarle todo el tiempo del mundo
a este dibujo, en eso momento era lo único que le preocupaba; y así fuero
pasando las horas, como si fueran minutos. No comió, cayó la noche y Darío fue
perdiendo totalmente la noción del tiempo. Tenía la sensación de que del
resultado de ese dibujo iba a depender su futuro profesional y no podía pensar
en otra cosa.
No tenía hambre ni sueño, pero el cansancio de sus ojos le
indicaba que debía ser bien entrada la madrugada. Pensó en dejarlo hasta el día
siguiente e irse a dormir, pero ya le quedaba poco para terminar y su mano no
parecía estar dispuesta a parar hasta que no lo hubiera terminado del todo.
Empezaban a oírse los primeros cantos de los pájaros al
amanecer, cuando Darío dio por terminado su autorretrato. Estaba satisfecho,
pero tan agotado que era incapaz de verlo desde un punto de vista objetivo.
“Mañana, es decir, hoy, cuando me levante, lo veré más objetivamente”, y, con
las pocas fuerzas que le quedaban, llegó a la cama y se quedó profundamente
dormido.
Cuando se despertó, inmediatamente se acordó de su trabajo,
y fue antes de nada a verlo. Ahí estaba. No se podía negar que estaba bien, las
proporciones, las distancias, las formas eran las de su cara. “Bueno, tengo que
desayunar, y cuando lo termine, volveré a estudiarlo”, se obligó a sí mismo,
pues hacía muchas horas que no probaba bocado.
Después de media hora, con el estómago menos vacío y la
mente más despejada, volvió a contemplar su dibujo con más calma. Sí, estaba
bien, técnicamente casi perfecto, se podía decir que estaba impecable… pero,
había un pero, algo que no le cuadraba y que no sabía ubicar o definir.
Los ojos estaban bien, la nariz estaba correcta, la boca
también bien… repasó una tras otra todas las partes del dibujo, descartando
equivocaciones o fallos, y, a pesar de ello, algo no le terminaba de funcionar,
y no podía explicarse qué era. Se alejaba y volvía, lo miraba desde un punto de
vista y desde otro, lo movía a otro sitio con una luz diferente, le daba
vueltas y más vueltas… Y cuantas más vueltas le daba, más se iba autoconvenciendo
de que no le gustaba, cada vez se sentía menos identificado con él. Cansado y
desilusionado, decidió meterlo en una carpeta.
Necesitaba cambiar de aires, olvidarse del dibujo, de los
lápices, de las láminas… necesitaba descansar.
Guardó todos sus útiles de dibujo en un cajón. No quería
verlos en una temporada, estaba hastiado…
Se puso unas zapatillas, unas bermudas y una camiseta y se
fue a la calle, a andar, andar… Estuvo andando durante horas y horas. Al
principio su mente no paraba de recordarle el dichoso dibujo, sus dudas, no
sabía que pensar sobre él mismo.
Pasó por un parque, donde unos niños volaban sus cometas, y
se quedó embelesado con sus movimientos y colores.
Llegó a un estanque, donde unos hombres maniobraban con sus
pequeños barcos de vela a escala, y se paró a contemplar como se servían del
viento para avanzar y trazar los giros.
Cruzó un campo y se fijó en una chica que jugaba con su
perro. No recordaba haber visto una escena tan rebosante de felicidad
espontánea desde hacía mucho tiempo. Sonrió.
Se tumbó en la hierba. Observó como volaban los pájaros por
encima de él, cómo los aviones dividían el cielo dibujando líneas blancas, como
las nubes se deshacían y difuminaban…
Cuando se levantó, miró a los lados y no vio a nadie. Debía
ser la hora de comer y se había quedado sólo. Entonces se dio cuenta: se había
olvidado del dibujo, había estado varias horas sin que ese tema le rondase la
cabeza. Y verdaderamente no lo echaba de menos, ¡se encontraba tan a gusto!
4.- MEMORIA DE UNO MISMO
Al cambiar de posición, notó que algo le molestaba en el
bolsillo trasero del pantalón. Metió la mano en él y sacó un pequeño lápiz
raído y una hoja de cuaderno doblada. Seguramente los metió allí la última vez
que se lo puso para tomar alguna nota, y allí se habían quedado. Sin pensar, se
puso a dibujar cualquier cosa que aparecía ante sus ojos: una flor, un árbol,
su otra mano…
Pero esta vez, a diferencia de lo que solía hacer
habitualmente, no se esmeraba en los detalles, ni se preocupaba del resultado
final. Dibujaba rápida e intuitivamente, a grandes rasgos, y, cuando creía que
ya había dibujado lo esencial de ese objeto, lo dejaba y empezaba otro. No se
preocupaba de retocar, ni de corregir, ni de borrar, ni de juzgar… Nunca había
dibujado así, casi como un niño, sin preocuparse de la técnica, de las
proporciones, del resultado…
Entonces pensó en dibujarse a sí mismo. Evidentemente no
podía verse reflejado en ningún sitio, solo podía dibujar recordando su propia
imagen. La idea le atemorizaba, nunca había dibujado la cara de nadie sin
copiarla, le parecía muy difícil, casi imposible.
Sin embargo ese día era diferente, algo le impulsaba a
probar cosas que nunca antes hubiera hecho.
Sin darle muchas más vueltas, se puso a ello. Dio la vuelta
a la hoja, ya llena de dibujos por el otro lado, y empezó a dibujar
rápidamente, casi sin pensar.
A cada paso, una ligera sensación de miedo le asaltaba,
seguramente estaba quedando horrible, pero no le importaba.
Seguía dibujando, plasmando de la manera más directa los
recuerdos que tenía de sí mismo.
Terminó mucho antes de lo que hubiera podido esperar. Sin
embargo no se había dado prisa alguna. Simplemente, no se había detenido en los
detalles y había ido a lo esencial.
Cogió la hoja y la alejó un poco para verla con más
perspectiva. Lo que vio le sorprendió enormemente. Por un lado, no pudo evitar
una sonrisa burlona; evidentemente la técnica, las proporciones, eran cualquier
cosa menos perfectas. Nunca antes se hubiera permitido a sí mismo realizar un
dibujo como ese.
Pero, por otro lado, había algo en aquel dibujo que le
atraía y le enganchaba. No sabía que era, pero indiscutiblemente tenía algo
especial. No en los ojos, ni en la boca, ni en la nariz, ni en la forma de la
cara; pero tenía algo en general que le agradaba y le hacía sentirse bien.
“Sí, es cierto, no se parece mucho, no está correctamente
dibujado, pero, a pesar de todo, soy yo. Indiscutiblemente tiene algo que hace
que me reconozca en él con solo mirarlo”, pensó Darío.
Dejó el dibujo apoyado en el césped y se quedó mirándolo.
Levantó la vista y observó a la gente que, poco a poco, había vuelto al parque.
Observó como el cálido sol anaranjado se escondía detrás de
unas pequeñas nubes que iban adquiriendo un suave tono rosáceo.
Volvió a observar el dibujo. Cuando lo veía, no podía evitar
tener una sensación entre alegre y reconfortante. Mirar ese dibujo le hacía
sentirse bien e inevitablemente una sonrisa aparecía en sus labios.
5.- DESCUBRIENDO LA ESENCIA
Aquel atardecer le pareció muy diferente a otros.
Seguramente el color del cielo, del sol, de las nubes, no sería muy diferente
al de otros tantos atardeceres; sin embargo a Darío le parecía respirar una
atmósfera más pura, más agradable, más serena que nunca.
“Ya se lo que es, ya se que tiene este dibujo. Creo que, por
primera vez, en lugar de dibujar formas, luces, sombras, contornos, he
conseguido captar la esencia de las cosas, mi propia esencia”.
Entonces empezó a verlo todo claro. Recordó como, cuando era
un niño, dibujaba las cosas que veía en su mente con toda la libertad e
imaginación de la que era capaz su corazón. No había límites, un perro azul con
cuernos, un barco con alas posado encima de una nube verde, todo era posible.
Y, a medida que fue creciendo y descubriendo la técnica, a
medida que aprendía como funcionaba la perspectiva, como las luces y sombras
daban forma a los objetos, como calcular las proporciones de las cosas, a
medida que esa técnica iba perfeccionando la forma de las cosas, ahora se daba
cuenta que también se había ido diluyendo el fondo, la propia esencia de lo que
dibujaba.
¿Merecía la pena dejar de sentir la esencia de las cosas o
de las personas a costa de tener una técnica perfecta?
Y entonces comprendió aquellos comentarios de la gente que le habían sentado tan mal, “Está bien dibujado, pero no eres tú”.
Y a partir de ese día decidió que no volvería a olvidarse de esa esencia que durante tantos años había perdido de vista. ¿Qué si tuvo éxito como pintor o ganó mucho dinero con su trabajo?
A eso no os puedo responder, pero, ¿realmente tiene tanta importancia?
Y entonces comprendió aquellos comentarios de la gente que le habían sentado tan mal, “Está bien dibujado, pero no eres tú”.
Y a partir de ese día decidió que no volvería a olvidarse de esa esencia que durante tantos años había perdido de vista. ¿Qué si tuvo éxito como pintor o ganó mucho dinero con su trabajo?
A eso no os puedo responder, pero, ¿realmente tiene tanta importancia?
FIN
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